miércoles, 8 de mayo de 2013

Point, c' est tout.

Cuando alguien cercano pone un punto y final a todo esto, cuando decide terminar lo no acabado, cuando lo deja todo voluntariamente, cuando se va para no volver; te preguntas por qué lo ha hecho y la impotencia se extiende en tu mente.
Pero cuando lo asimilas, todo cambia. Empiezas a analizar tu vida, empiezas a valorarla, pero también valoras la de los demás.
Toda esa inocencia y esa ingenuidad que envuelven tu carita de niña, se esfuman en un suspiro abrumador en el que dejas de volar y vuelves a la realidad, al limbo entre la vida y la muerte.
Te das cuenta de que la gente que forma parte de tu ajedrez son piezas fundamentales del juego, desde el alfil hasta la reina todos han pasado por tu vida de una forma u otra, han marcado pasos clave en la partida, te han ayudado a crecer y a madurar, a reír y a llorar, a caerte y a levantarte. Y en el momento en el que falta una de tus piezas, sientes que vas a perder la jugada y revaloras a cada una de las figuras que te quedan, esperando que todas estén presentes en tu jaque mate.



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